Mateo 13, 31-35
Del Evangelio según Mateo 13,31-35
les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero, cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.»
les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero, cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.»
Hay momentos en la historia de la humanidad que sin apenas darnos cuenta, nace un pequeña estrella cuya luz apenas se distingue entre tantas luces de neón. Cuyas voces apenas se distinguen entre tantos gritos de un mundo que camina errático y en busca de un lugar siempre con más de todo y menos amor.
En un pequeño cerro donde existe una aldea, Taizé, Dios dejó caer un pequeño grano de mostaza que tomó un buen hombre dentro de su corazón.
Acogió durante los desastres de la segunda gran guerra a todos cuantos necesitaban de su caridad, ayuda y comprensión.
De su corazón Dios hizo brotar una nueva semilla de amor, una semilla muy especial semejante al reino de Dios.
Este buen hombre compartió su semilla con otras almas, y nacieron los primeros brotes de la esperanza de que el reino de la paz y del amor nunca fueran barridos de la faz de la tierra por las huestes del mal y los lacayos de la guerra, de lo egoísta y lo inhumano.
Al pasar los años la sencillez de sus brotes, de sus palabras y su inspirada convicción atrajeron las miradas de las buenas almas que deseaban encontrar unas ramas verdaderas donde anidar, donde las hordas y los vientos huracanados de los tiempos no les pudieran hacer mella en su corazón.
No dejaron que sus manos se mancharán de las marcas del mundo de lo material y persiguieron el sueño de la esperanza de poder sobrevivir y engrandecer la ardua labor que nuestro Dios tiene con nosotros y con nuestro corazón.
Hoy día ese pequeño grano de mostaza se ha convertido en la barca que lleva entre sus maderos la esperanza de un mundo mejor para una humanidad mejor.
Cierto es, que sólo es el comienzo de una pequeña estrella cuya luz apenas destaca entre tanta oscuridad, materialidad y desilusión. Que en un mundo, donde apenas hay almas que saben o desean encontrar esa paz, que sin saberlo están buscando, reina un egoísmo como nunca antes hubo en la historia de la humanidad.
Así y todo está nueva semilla de reconciliación del hombre con Dios, es una promesa nueva de amor y esperanza en la que Dios ha tomado en sus manos de nuevo los destinos de la humanidad y aún, a pesar de tantas y tantas locuras de la humanidad, se nos abre de nuevo un periodo de paz, esperanza y reflexión, en el que todos estamos invitados a recoger esa pequeña semilla y sembrarla por todos los rincones de este pequeño mundo.
En esta pequeña isla, donde la luz del corazón empieza a caminar por si sola, acompañada de los ángeles que Dios manda cada día para ayudarnos, podemos encontrar la razón, la verdad, la lógica, el amor, la ilusión para el alma humana y hacer de este mundo, un mundo sin fronteras ni credos partidistas, sin dogmas interesados, sin religiones del sin amor, sin exclusiones de ninguna raza, creencia o religión, sin desamor ni desigualdades, sin egoísmos ni maldades.
Esta ciudad del amor está en estos momentos naciendo y creciendo, desde este pequeño grano de mostaza que con su vida y ejemplo este buen hombre nos dejó como legado.
Su amor, su sencillez y la esperanza de un futuro siempre mejor para toda una nueva humanidad, donde la sencillez, la alegría de vivir el amor fraterno sea la nueva semilla que, a pesar de todo lo que nos rodea, pueda poco a poco crecer y ayudar a la humanidad a dar el siguiente paso para vivir siempre en el amor de Dios, a Dios y al prójimo.
Su amor, su sencillez y la esperanza de un futuro siempre mejor para toda una nueva humanidad, donde la sencillez, la alegría de vivir el amor fraterno sea la nueva semilla que, a pesar de todo lo que nos rodea, pueda poco a poco crecer y ayudar a la humanidad a dar el siguiente paso para vivir siempre en el amor de Dios, a Dios y al prójimo.