Desierto de las palmas. Siseo de escobas. Hábitos pobres en hilo y ricos en amor tejido de polvo y sudor. Hábitos de Marrón, coloreados bajo la polvareda que sacude esta mañana incierta y perezosa, que entreveo desde esta sombra que me cobija. Corazones llenos de risas ricas en amor. Sonrío bajo olivo en fuente sin agua.
Buscaba el silencio y hallé sus risas alegres y caras sin necedad ni engaño. Barriendo las piedras se untaban los hábitos del polvo de una celebración ajena a sus vidas y a sus memorias. Como una boda engalanada de blanco los invitados se ausentaron poco a poco de la mañana, para tirar por la ventana lo que el tiempo se llevó de la mañana tras el alba.
Buscaba el Silencio, y en silencio lo hallé. Más el siseo del polvo danzarín y pegajoso bajo escobas arrancado me sumió en el adentro, donde te encontré en su capilla. En silencio me arrodillé para reposar mis manos bajo mi cabeza y levantar los ojos del alma al silencio del adentro, el verdadero silencio donde todo puede ser, donde nada puede Ser, ni entrar, ni escuchar, ni sentir. Solo Él.
No necesitan estar, sólo ser. No necesitan volar, sólo amar, andar en la luz de los sin Luz, donde todo es Luz y nada se siembra de sombras ociosas. Donde el silencio de silencios de silencioso adentro. Allí adentro yo, envidioso de su túnica marrón espolvoreada, de su austeridad y risueña pobreza que bajo palio de palabras risueñas entre hermanos descubrí en su aliento, el aliento de la vida, la del Espíritu en su más humana inspiración divina. Y levanté la mirada hacia aquel ojo del cielo de embellecidas y misteriosas palabras. Maranatha amen. Ven Señor Jesús. La fe de la esperanza donde la puerta abierta aguarda.
Se resquebrajan los ojos, rasgadas las vestiduras y entreabiertas las vestimentas de las manos, asiendo las verdaderas barrederas. Las manos del alma, las que arredran con todo y simulan la vara. Las manos que Dios da a los hermanos para que armen sus almas y sonrían felices como niños que esperan tan solo una buena llamada.